LHOTSE 2011
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Apr 25
Dispatch #14
Published at 21:20
TRILOGIA: El glaciar etereo; Una noche para olvidar y un Lama en el campo base
El transito por el glaciar del Solo Khumbu
Teníamos cierta ansiedad por estar inmersos ya en mitad del meollo, no solo pasear por el glaciar del Solo Khumbu para aclimatar y hacer fotos, sino poder superar todo el conglomerado descompuesto de seracs y rompecabezas que significa el tránsito por este indómito espacio.
Hay lugares en los que hace falta respirar un par de veces para poder tomar carrerilla y fiarte de la ley de probabilidades. Metros cúbicos de hielo y nieve (como edificios de tres plantas), desafían la insostenible levedad del equilibrio del glaciar, que día a día empuja desde las partes altas y va arrastrando merengues de hielo hasta la lengua donde está situado el campo base.
Todo este singular recorrido, que puede cambiar jornada tras jornada, lo mantienen un grupo de sherpas apodados eufemísticamente Ice Fall Doctors. Se conocen palmo a palmo todos los recovecos del glaciar, colocan cuerdas en los espacios más inclinados y escaleras de aluminio en complejas grietas con un fondo infinito. Nunca hubiéramos imaginado que pudiéramos hacer oposiciones en mitad del Himalaya, al Circ du soleil !
Una noche Toledana en el Campo I
Una vez llegados al Campo I, después de una larga y distraída jornada, un alpinista argentino, nos advierte que hay varias tiendas destrozadas por el viento en altura de estos días. Una vez, los tres aposentados en la tienda, empezamos a fundir nieve para poder hidratarnos; una leve brisa nos hace dudar si poner el fogón de propano en el interior de la tienda o bien en el ábside exterior. Nos reponemos con un conglomerado de embutidos, queso de Idiazabal, galletas, anchoas y otras delicatesen que todavía nos entran en altura.
Charlamos estirados en los sacos, sobre lo divino y lo humano. El vaivén del viento empieza a moldear los laterales de nuestra tienda. Nos miramos los tres, y asentimos confirmando que el Dios Eolo parece que se está poniendo cada vez más nervioso.
No ocurriría nada si no estuviéramos a 6050 m de altura, rodeados de grietas superlativas. A las 19’30 h, ya se hace insoportable intentar dormir. Ahora, fuera de nuestras tiendas hay un auténtico vendaval, y en el interior una preocupación creciente por la consistencia de nuestro pequeño habitáculo. Juanjo, en medio del escenario huracanado, sale a tomar prestados unos bambús de otras tiendas aseguradas más generosamente por sus sherpas. Lolo, coloca los bambús y nuestros piolets en todos los vientos que unen al suelo nuestro pasajero hogar. Tensando uno de los cordinos, una ráfaga rasga todo un lateral de nuestra tienda de campaña. Aunque nos parezca increíble (y poco justo), todavía le queda más contundencia a nuestro amigo inconsistente.
La cúpula de la tienda es ya un habitual a la altura de nuestras narices. Otro intento de resolver el problema: los bastones de esquí los hacemos servir desde el interior como contrafuertes, para evitar la ya irreductible inclinación de nuestro cascarón hacia un naufragio anunciado.
El escenario no parece acompañar: Un final de valle acanalado, unas corrientes de 90 km por hora, una temperatura exterior de 25 bajo cero y una nueva avería en el ábside, con las varillas totalmente rotas. Juanito, con la pala de nieve, unos cordinos y otros bastones, improvisa una reparación a base de bofetones recibidos por la alocada tela de la tienda de la campaña, que el viento remueve a su libre albedrio. Alguien definiría la situación como crítica. Decidimos de común acuerdo, recoger todo en la mochila, y estar metidos en el saco con los botines puestos, ante posible expectativa de la hecatombe total de la tienda. Finalmente con la tienda en la UCI, pasadas las dos de la madrugada, el viento empieza a amainar. A las seis de la mañana, salimos de los restos de la tienda y nos volvemos, envueltos en frio y sueño para nuestro añorado campo base. La montaña siempre nos da lecciones y nos recuerda quien es el más fuerte en esta historia.
La puya
En todas y cada una de nuestras expediciones en Nepal, hay un momento especial: la ceremonia de la Puya. Un Lama budista, realiza una celebración religiosa para desear y conseguir buena ventura a nuestra expedición. Es un acto que se suele realizar en el propio campo base. Construimos un pedestal de piedras donde se queman ramas de enebro, poniendo alrededor del efímero monumento nuestros piolets y crampones, así como comida que se ofrece a los espíritus de la montaña, con la finalidad de buscar protección para los expedicionarios. Se decora todo el campo base con banderas de oración multicolores, estas tienen una historia muy bonita: cuando el viento las agita, desprenden sus oraciones, dando la vuelta al mundo y protegiendo a todos sus fieles. Es un acto que no deja de ser entrañable y congrega una comunión especial entre todos los expedicionarios.
Allá donde fueres, haz lo que vieres.
Juanito Oiarzabal, Lolo González y Juanjo Garra
El transito por el glaciar del Solo Khumbu
Teníamos cierta ansiedad por estar inmersos ya en mitad del meollo, no solo pasear por el glaciar del Solo Khumbu para aclimatar y hacer fotos, sino poder superar todo el conglomerado descompuesto de seracs y rompecabezas que significa el tránsito por este indómito espacio.
Hay lugares en los que hace falta respirar un par de veces para poder tomar carrerilla y fiarte de la ley de probabilidades. Metros cúbicos de hielo y nieve (como edificios de tres plantas), desafían la insostenible levedad del equilibrio del glaciar, que día a día empuja desde las partes altas y va arrastrando merengues de hielo hasta la lengua donde está situado el campo base.
Todo este singular recorrido, que puede cambiar jornada tras jornada, lo mantienen un grupo de sherpas apodados eufemísticamente Ice Fall Doctors. Se conocen palmo a palmo todos los recovecos del glaciar, colocan cuerdas en los espacios más inclinados y escaleras de aluminio en complejas grietas con un fondo infinito. Nunca hubiéramos imaginado que pudiéramos hacer oposiciones en mitad del Himalaya, al Circ du soleil !
Una noche Toledana en el Campo I
Una vez llegados al Campo I, después de una larga y distraída jornada, un alpinista argentino, nos advierte que hay varias tiendas destrozadas por el viento en altura de estos días. Una vez, los tres aposentados en la tienda, empezamos a fundir nieve para poder hidratarnos; una leve brisa nos hace dudar si poner el fogón de propano en el interior de la tienda o bien en el ábside exterior. Nos reponemos con un conglomerado de embutidos, queso de Idiazabal, galletas, anchoas y otras delicatesen que todavía nos entran en altura.
Charlamos estirados en los sacos, sobre lo divino y lo humano. El vaivén del viento empieza a moldear los laterales de nuestra tienda. Nos miramos los tres, y asentimos confirmando que el Dios Eolo parece que se está poniendo cada vez más nervioso.
No ocurriría nada si no estuviéramos a 6050 m de altura, rodeados de grietas superlativas. A las 19’30 h, ya se hace insoportable intentar dormir. Ahora, fuera de nuestras tiendas hay un auténtico vendaval, y en el interior una preocupación creciente por la consistencia de nuestro pequeño habitáculo. Juanjo, en medio del escenario huracanado, sale a tomar prestados unos bambús de otras tiendas aseguradas más generosamente por sus sherpas. Lolo, coloca los bambús y nuestros piolets en todos los vientos que unen al suelo nuestro pasajero hogar. Tensando uno de los cordinos, una ráfaga rasga todo un lateral de nuestra tienda de campaña. Aunque nos parezca increíble (y poco justo), todavía le queda más contundencia a nuestro amigo inconsistente.
La cúpula de la tienda es ya un habitual a la altura de nuestras narices. Otro intento de resolver el problema: los bastones de esquí los hacemos servir desde el interior como contrafuertes, para evitar la ya irreductible inclinación de nuestro cascarón hacia un naufragio anunciado.
El escenario no parece acompañar: Un final de valle acanalado, unas corrientes de 90 km por hora, una temperatura exterior de 25 bajo cero y una nueva avería en el ábside, con las varillas totalmente rotas. Juanito, con la pala de nieve, unos cordinos y otros bastones, improvisa una reparación a base de bofetones recibidos por la alocada tela de la tienda de la campaña, que el viento remueve a su libre albedrio. Alguien definiría la situación como crítica. Decidimos de común acuerdo, recoger todo en la mochila, y estar metidos en el saco con los botines puestos, ante posible expectativa de la hecatombe total de la tienda. Finalmente con la tienda en la UCI, pasadas las dos de la madrugada, el viento empieza a amainar. A las seis de la mañana, salimos de los restos de la tienda y nos volvemos, envueltos en frio y sueño para nuestro añorado campo base. La montaña siempre nos da lecciones y nos recuerda quien es el más fuerte en esta historia.
La puya
En todas y cada una de nuestras expediciones en Nepal, hay un momento especial: la ceremonia de la Puya. Un Lama budista, realiza una celebración religiosa para desear y conseguir buena ventura a nuestra expedición. Es un acto que se suele realizar en el propio campo base. Construimos un pedestal de piedras donde se queman ramas de enebro, poniendo alrededor del efímero monumento nuestros piolets y crampones, así como comida que se ofrece a los espíritus de la montaña, con la finalidad de buscar protección para los expedicionarios. Se decora todo el campo base con banderas de oración multicolores, estas tienen una historia muy bonita: cuando el viento las agita, desprenden sus oraciones, dando la vuelta al mundo y protegiendo a todos sus fieles. Es un acto que no deja de ser entrañable y congrega una comunión especial entre todos los expedicionarios.
Allá donde fueres, haz lo que vieres.
Juanito Oiarzabal, Lolo González y Juanjo Garra
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